1/18/2007

Sin saber cómo se habían encontrado cuando menos lo esperaban. Sin ninguna intención de escuchar lo que tenía que decir ella salió corriendo, tratando de evitar cualquier contacto con el joven chaval.

Sin embargo, éste, que no estaba dispuesto a dejar que escapara de nuevo salió tras ella. Casi volando. Cuando la alcanzó ella estaba exhausta. Solo había algo más obvio aparte de su manifiesto cansancio, su orgullo.

En cuanto él hizo ademán de abrir su boca ella empezó a gritar. A gritar como nunca había gritado y como nunca le habían gritado. Parecía una máquina de reproches, unos acertados y otros infundados, pero reproches al fin y al cabo. El chaval no iba a dejar que eso quedara ahí, lo había pasado mal pero con el tiempo descubrió que alimentar rencor es contraproducente a no ser que quieras convertirte en un núcleo de odio y dolor.

Esperó a que ella callara, a que sus argumentos tomaran su auténtico valor... Un valor nulo. La situación era cómica, incluso, pero algo avergonzante y muy tensa. De repente pasó algo. Sus miradas se juntaron durante un segundo y durante este segundo el tiempo pareció ser una magnitud que solo afectaba a los mortales.

Ella siguió hablando, despotricando mejor dicho, sin pararse siquiera a coger aire. Sin embargo la lucidez llegó a su cabeza y cuando se dio cuenta de que él no la escuchaba notó que sus bocas se juntaban en algo que se había prorrogado durante demasiado tiempo. Al principio pareció ser piedra e incluso retrocedió pero cuando notó la calidez de sus labios algo en su interior se calmaba por completo. El viento del olvido arrastró la oscuridad de su memoria y ahora solo quedaba la brisa del perdón. De perdonar y de ser perdonada.

El chaval se sintió aliviado. No sabía qué había hecho, todo era caótico hasta que dejó de escucharla; exactamente en el momento en que los ojos de la chica llegaron a estrujar su corazón. A partir de ahí dejó aparcada la consciencia y toda lógica. Tal vez fue el instinto, pensaría más adelante.

La cogió de la cintura para asegurarse de que era real. Apoyó sus manos, ligeramente temblorosas, y la atrajo hacia sí mismo. Quería apropiarse del aire que repasaba sus contornos y adueñarse de la luz que la dibujaba en una silueta perfecta. Estaba tan aliviado, tan en paz, que no se dio cuenta de que lloraba.

Y ella tampoco. Solo sentía que en ese beso había algo más. Algo que ni siquiera hubiera sospechado. Ni por su parte ni por la de él. Por un momento pensó que era magia. Se estremeció cuando la cogió por la cintura y la atrajo hacia él. No quería que eso terminara y con sus brazos se encadenó a su cuello.

El chaval recordó entonces los meses de enero y febrero en los que pensó que la había perdido para siempre; volvió a esas noches de niebla, una niebla cruel y atroz que lo desdibujaba todo sin tener que tocarlo y convertía el mundo en un lugar sin límites, en un punto sin principio ni fin. Volvió a su cama, sola, llena de él y vacía de sentimiento en los que el corazón, en complot con el cerebro, le impedía dormir. Todo era pasado, ahora estaba con ella. Estaba aguantando sus reproches hasta que decidió besarla... Si la felicidad existía tenía que ser muy parecido a eso.

Al recordar todo aquello mientras la besaba volvió a sentir el frío gélido del miedo y la soledad. Se detuvo, besó sus labios, y en su oído izquierdo le susurró cuánto la había echado de menos. Todavía rodeando su cuello con los brazos ella se pegó todo lo que pudo a él, le abrazó como nunca pensó que abrazaría a nadie y le pidió perdón al mismo tiempo que le aseguraba que ahora ella iba a estar siempre ahí.

En ese mismo instante sonó el teléfono. Volvió a enero, a su cama vacía y al frío de estar solo. Fuera no era primavera sino que la realidad lo esperaba tiritando. Al menos no estaba esa niebla que lo desdibuja todo y se te mete hasta en los huesos.

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