1/10/2007

No sé qué me hace más miserable, si el hecho en sí o sentirme miserable por ese hecho en particular. Es curioso, pero me duele ver algo así. Cuando otrora me advirtiera él de que no la dejase entrar en mi vida y ahora es protagonista del juego en el que yo, al desoír su consejo, perdí algo más que un par de partidas. Porque lo que gané es más bien interpretativo.

Si lo pienso creo que lo que me hace miserable, y ruin, es sentirme de ese modo por lo que veo en ellos dos ahora. Analizándolo me doy cuenta de que es una cuña de mi ego y mi pasión. Una pasión que, lejos de apagarse, aún mantiene el calor vital del cual se alzará, o mejor dicho alzaría, una nueva llama.

Escucho mis ideas. El engranaje sustancial de mi consciencia funciona ininterrumpidamente. Los pensamientos derivados del miedo se encadenan con los de la euforia, la curiosidad, y la tristeza. Oscilo entre los distintos estados de ánimo mientras el núcleo rabioso de mi ser convulsiona y se retuerce violento para zafarse de la racionalidad que lo controla. Mi racionalidad.

Esto es para ti... Que te gusta meterte en mi cabeza porque así sabes cómo pienso. Debes andar con mucho cuidado porque el terreno aquí adentro es muy traicionero. Podrías resbalarte con alguna idea y hacerte daño. Solo te pido que seas prudente ya que aquí, en mi territorio inviolable, soy completamente libre de hacer lo que quiera. De amar y de matar. De hacer feliz a alguien o de convertirlo en un desgraciado. Pero no me lo tengas en cuenta.

Dentro de estos límites colindantes con el infinito se expande mi alma y convivimos yo y el monstruo. Primero voy yo, ahora, porque el monstruo duerme; otras veces iré en segundo lugar. De todas formas una pesadumbre pétrea aplasta mis sentidos. Esperaba verte.

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