3/16/2009

La volvía loca el hecho de tener que limpiar esforzadamente sus camisas. Se lo decía una y otra vez, que tuviese cuidado al comer, que se hartaba de lavar. Y él, sin más, resoplaba y seguía comiendo y cuando se acordaba, o cuando hacía mucho calor, se quitaba la camisa y entonces ya no se manchaba.

Comía con cuidado, pero casi todos los días se la veía frotando para eliminar cualquier mácula que quebrase la armonía de la tela.

Cuando desfalleció su paso en Granada, precipitándose torpe y ancianamente al suelo, lo trasladaron al hospital. Permaneció en una cama, a la espera, sin comer y sin camisas. A los días, tal vez una semana, era definitivo que la mujer no habría de frotar nunca más, ni advertirle, ni él tendría que resoplar.

Fallo neurológico, dijeron, que implicaba además considerables dificultades para controlar sus miembros, sus desplazamientos, así como un enorme cansancio. Pese a todo marcharon a la Alhambra, al salir cayó en las calles...

Y nunca despertó de Granada.

3 comentarios:

Soñadora Empedernida dijo...

Te quiero, idiota. Me gusta notarte aquí.

Anónimo dijo...

Un placer leerte, Rubén, gracias por los buenos momentos y por aquí vengo por frecuencia, aunque no lo haga de puntillas, sin hacer ruído...


Annabel Lee

PS. Ya no vas por la uni?

Rubbens dijo...

No.

Igual si algún día me siento con ganas, que lo dudo, me dejo caer por ahí.

Me alegra que hayas comentado por fin. El honor es mío.

:)