3/25/2009

Aún recuerdo la sensación fugaz y relampagueante de la euforia, los destellos metálicos de la sangre en el paladar tras un beso extraído de las bestias que reposan en nosotros. No me olvido del tacto y los pliegues de tu cuerpo, las formas curvadas donde doblegar el temor, la impaciencia o la angustia.

Doblegarlas en ese instante al recorrer el cuello trazado en líneas marfiladas, delimitando la depresión de tus clavículas, pasamanos de hueso bajo la tela elástica que cubre tus esencias. Aún queda ahí, algo en los destellos que el sol toma prestados de mis ojos, un fulgor repentino, una alegría remota que se aproxima, se instala entre mis huesos en la brevedad de la consciencia y vuelve a alejarse, sonriente, esquiva; amante experta en provocar anhelos.

Pero ahí sigo, mantenido en vilo sobre nuestros alientos, que se unen en la mínima distancia que separa nuestros cuerpos y el aire, entonces, es testigo de las aberturas de la piel para derramar su jugo de rubíes fundidos, si acaso fuera una granada madura.

Da igual la soledad, las conversaciones que mantengo con la boca cerrada pero la voz constante. Dan lo mismo entonces y no me preocupa que me juren rencor y me trabajen venganza, porque ya aprendí ayer los regalos de caminar contra el viento.

Y demorarme entre tus formas.

1 comentario:

Soñadora Empedernida dijo...

Justo después de releer el poema de Lorca me ha sonado a poesía.




:)
¡Me encantan las sorpresas!