2/01/2009

En el plato solo quedan los restos de una cena más que decente. Me levanto a por el postre y, de paso, recojo el cubierto ahora temporalmente inútil. Avanzo diestro hasta la cocina, oscura y silenciosa salvo por el rumor de algún aparato, ignoro si el lavaplatos o la lavadora. Busco algo dulce con lo que darme por satisfecho, abro el armario y opto por un poco de chocolate y zumo. Tampoco hay mucho más que elegir... De hecho no hay nada más.

Cierro el armario con calma, con el zumo - que he tenido que sacar de un pack de tres tras pelearme con la cinta adhesiva que los mantenía unidos - y cuatro cuadraditos de chocolate. Creo que no es correcto llamarlos onzas, pero ahora no recuerdo por qué.

La puerta del estrecho armario se cierra con su sonido atenuado, es una especie de suspiro apagado, como el de aquel que duerme, se despierta durante un segundo o dos, y vuelve a dormirse sumido en placer al darse cuenta de que aún quedan horas de abrazar la cama. Horas de calma.

Apago la luz de la cocina y vuelve a estar a oscuras... El sonido del interruptor es similar al del armario al cerrarse, y por un momento observo lo silencioso de todo, me absorbe una atmósfera de abstracción y quietud. Es como si me hiciese ajeno a todo durante un brevísimo instante de velado estupor y después vuelvo en mí, a trazar el pasillo hasta mi cuarto sintiéndome relajadamente solo y a salvo, protegido, pero sin estar solo de verdad.

Estoy pensando en volver a por chocolate, a por más, pero no sé si lo que de verdad me llama es el dulce o volver a cruzar esa línea que marca la frontera a no sé qué lugar, frágil e ingrávido, donde todo parece un eco amortiguado.

2 comentarios:

Soñadora Empedernida dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Soñadora Empedernida dijo...

Un domingo en toda regla... Como los que echabas de menos a duras penas hace un año.





PD: Este está mejor.