2/16/2009

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Llorarás la inconsciencia del padre, ¿su ausencia quizás? Puede ser, puede ser que sí, pero no quiero transmitirte un soplo de abandono al exilio, no quiero invitarte al éxodo de tus pasiones ni del sentimiento. No quiero que pienses cuán cobarde fui o cuán valiente pude ser. Solo que soñé ser libre.

Soñé con escribir mi tiempo en un eje distinto. Puede que algún día en tu interior sientas cómo tus entrañas se contraen periódicamente en espasmos molestos, sin llegar a dolorosos, en los que parece que desde tu estómago se abre un vórtice que trata de absorberte. Hijo mío, es tal la angustia, ahora no sé si podré salir, no sé si cuando leas esto pude hacerlo. Pero te juro que quiero. ¿Es acaso que no doy el paso necesario?

Es pues el miedo. El miedo de sentirse inútil, retrasadamente distinto del resto, es el dolor terrible que engendra el no haber cumplido las expectativas. Hijo mío, jamás, jamás te dejes vencer porque yo, de un modo u otro, estaré. Estaré aunque mi carne ya sea el suculento manjar que vuelva a la tierra. Llamaré a las almas de los que te amaron y se fueron para que acudan a tu ruego, para que subsanen la desesperación, y yo iré con ellos, y con otros, con los otros que te amaron también y que me amaron a mí. Volveremos a elevarte cuando caigas, cuando tengas miedo, eso mismo, miedo, susurraremos modestia y bravura en tus oídos.

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