A la noche oí que del campanario llamaban en lúgubre canto a nuestros nombres. Escuché el tañido quejumbroso y serio de cuando tocan a muerto, y tuve miedo al escuchar que me miraban y decían que el óbito era por ti y por mí, y también por quien alimentó nuestros corazones.
Solo fue un momento, luego el sonido serio y lúgubre, el tañido quejumbroso y claro, se alejó con su solemnidad hacia otra casa, hacia otra cama, hacia las entrañas en las que se fraguó algún otro hogar.
Hacia otras personas que ya estaban obligadas a admitir que la vida sigue, y que no hay más que seguir con ella, aunque sea a pecho roto y el corazón aplastado, como una fresca baya de sangre en el calor del verano.
Hacia otras personas que ya estaban obligadas a admitir que la vida sigue, y que no hay más que seguir con ella, aunque sea a pecho roto y el corazón aplastado, como una fresca baya de sangre en el calor del verano.
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