2/15/2007

A veces piensas que llegas a un punto sin retorno, que te has quedado atrapado en una fracción del tiempo de la que no podrás salir por mucho que quieras porque puede que esté hasta prohibido. A veces piensas que no, que lo que estás viviendo ahora es lo que vivirás por siempre; que no va a haber cambios.

Da la impresión de que cualquier cambio queda demasiado lejos y que es tan improbable un progreso que das por asumida, y de forma razonada, su imposibilidad. La impresión es análoga a pensar en primavera a mediados de diciembre o enero. Irremediablemente llega a tu cabeza de forma tan clara, que resulta casi tangible, la lejanía de la brisa templada y la calidez del sol en las mañanas. Parece, de hecho, la idea de un sueño de un mundo ajeno.

Sin embargo, un día, de repente, la niebla empieza a cansarse de ser protagonista, el frío decide ir abandonando la escena y entran nuevos actores a representar el acto que hasta hace poco era impensable. El cambio, la evolución.

Del mismo modo ocurre, pues, con las personas. O al menos conmigo. Cuando pensaba que era imposible vuelvo a soñar contigo; cuando sentía que no abandonarían las nubes mi alma me acarició de repente, muy dulce y delicada, la brisa templada de la que antes hablaba.

Resucita la tierra y de su mano mi corazón. Vuelve el lobo a la vida y, a su lado, el niño con el que se juntará para llevar a cabo mi licantropía.

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