2/06/2007

Ahora puedo mirar atrás y no sentirme mal al ver cosas que ocurrieron. Ya sean buenas o malas porque, sucede que a veces, tanto las buenas como las malas pueden doler. E incluso doler más las buenas que las malas.

Pienso que quizás he llegado a un punto tal que la ataraxia es algo plausible. Puede parecer que es autodestructivo, pero no lo es. También da la impresión de ser algo autoconservativo, pero tampoco.

Es, sin más, basarse en el precepto de la imperturbabilidad del ánimo. Suena difícil, y más aún cuando lo lees después de haber asimilado lo que pone en el párrafo anterior. Sin embargo no es algo, cómo decirlo, inmediato.

Para mí es como ser protagonista de un hecho, pasar a ser espectador para analizar la interpretación que has realizado como protagonista y aplicar una conclusión volviendo a ser el centro del mencionado hecho.

Por eso puedo volver la vista en el tiempo y reconocer que hubiera reconstruido caminos con mis pies descalzos solo por hallarte. Que hubiera respirado en tus pulmones el aire de vida que anhelan las chimeneas condenadas a su muerte de carbón.

Tanto pensé en comerme el tiempo para detener el mundo en tu sonrisa y que todos lo vieran... Tanto que ahora sonrío al imaginar la imagen. Tan perfecta en mis adentros, templada como luz de primavera.

Soy capaz de reconocer que inhalé el deseo hondo de rozar tu piel con mis párpados mientras escuchaba aquella canción. Soñé, y negarlo no puedo ni quiero, con envolverte entre mis brazos, tenderte mi mano, llevarte conmigo.

Y ahora solo queda el recuerdo etéreo, intangible, de todo aquello. Pero no son ruinas de la tierra prometida ni las cenizas del fuego que alumbra las mentes y los corazones de los hombres. Son lo que son, la ciudadela amurallada que protege tu memoria del odio que me profesas, del rencor que acumulas.

Son el templo al que acudo para intentar redimir el error que me convirtió en partícipe del pecado; se convierten en el altar de mi sacrificio, donde asumo la culpa que me pertenece, la impaciencia brutal que materializó la ira del dios inmisericorde que te concede el deseo de borrarme de tu pulso.

Está bien. Estoy bien. Yo seguiré caminando, hasta que con un soplo de racionalidad convierta en piedras molidas y edificios derruidos la urbe perfecta y sacra erigida sobre la luz de tu sonrisa. No obstante, y pensando que puedo estar loco, me arriesgo a que estés ahí por siempre.

Como dijera en su momento un cantautor, no hay nada aquí, tan solo un instante inmenso en el vivir. Por eso vivo contigo viviendo en mí. No quiero destarrarte, pero podría hacerlo. Tal vez se pregunte algún descuidado que caiga en estas líneas inseguras, en estos renglones traicioneros, que por qué hago esto y me reafirmo en lo que parece un suicidio...

Porque me siento capaz de todo. Porque, exactamente, no existe razón por la que temer.

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