6/02/2006

Sin dudarlo ni un instante volvería a saltar. A pesar del frío, del temblor de los músculos, y de las limitaciones instintivas, volvería a saltar desde el borde del abismo. Al caer no tienes qué esperar, nada que perder.

Mientras la gravedad te arrastra hacia un impacto brutal la mente se aisla y genera un molde de adrenalina en el cual los pensamientos fluyen a la velocidad de la luz. El pasado y el futuro son solo dos muestras titilantes que acabarán por fundirse.

Cierras los ojos y no te queda más que el presente, algo de esperanza y la sensación de estar en calma porque, una vez que saltas, ya no hay vuelta atrás. Cierras los ojos, y cuando los abres vuelves a aparecer al borde, con la llamada del aire en tus oídos y la marejada de emoción en las sienes.

Una vez que saltas ya puedes caminar sin prisa, sin temor ni agobio. Pero, hay que decidirse.

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