9/10/2005

(Uno de mis primeros textos...Dulces recuerdos)


Ya hubo pasado el fragor de la batalla. Ya cayeron los enemigos y el heroico guerrero, joven y esbelto de puro corazón alzó su espada en señal para invocar el silencio de sus tropas.

"Esta, ha sido con mucho la mejor victoria de nuestras vidas, ha sido lograda por nosotros, pero para el pueblo. La sangre de amigos, aliados e incluso enemigos no ha sido derramada en vano, sino para el gozo de nuestra gloria, que efímera se nos brinda ahora, en lo incierto de la memoria y tal vez la posibilidad del recuerdo. No solo para eso fieles guerreros que habeis combatido conmigo, sino para la libertad ansiada por todos nosotros, la sangre hoy vertida en esta tarde espero que sirva para forjar en vuestros corazones la palabra libertad en escarlata. Y en esta misma tarde imploro a los dioses para que esta haya sido la última vez en la que sacamos las espadas de sus vainas".

Todos quedaron en silencio. El aire de los pulmones de cuantos estaban escuchando las palabras del más noble de los guerreros quedó retenido en sus pechos, asfixiando su desconcierto. La sangre de cuantos habían combatido se relajó por completo, no entendían nada. Habían vencido, eran fuertes, pensaban, tenían que seguir conquistando.
El guerrero vislumbró sus dudas a través de sus miradas. A sus oídos llegaron comentarios de "se ha vuelto loco", o "su espada le pesa demasiado en su cordura".
Pero a él le daba igual, él solo quería volver a casa, a su casa. La lucha por su pueblo ya se había cobrado muchas vidas, culpables o inocentes era algo que escapaba a su capacidad de juicio. A pesar de todo él mantenía su principio,"lo que se pueda solucionar con el arcaico simbolismo de la palabra no necesita del gélido acero de la espada". Pero a veces se resignaba demasiado pronto al poder que aguardaba en su vaina y se repetía a sí mismo como excusa "ellos no quisieron escuchar, y las palabras no quebrantan el muro de la empeñada ignorancia"
Montó su caballo y agitó las riendas, "!al galope!" dijo, para que el viento acallara las voces de culpabilidad, su discurso fue de autoconvencimiento, pero él solo quería luchar por su pueblo, que lo dejaran tranquilo en su libertad. El viento en sus oídos le susurraba que ya se acercaba a casa, que ya le quedaba poco.
Estaba ansioso por abrir la puerta y abrazar a su mujer. Cuando desmontó el caballo se apresuró a abrir la puerta, pero el más frío de los silencios le golpeó la cara y le desbocó el corazón.
Al final de la instancia había una vela casi consumida, y al lado una nota, estaba firmada por ella. Decía así :
"Las victorias fueron importantes para ti, la guerra fue importante para tus tropas, y tus tropas eran el recuerdo de tu importancia. Hoy has marchado a otra batalla, hoy me he ido porque el silencio de tu mirada ensordeció mis lágrimas. Te quiero, pero no puedo evitar hacerte esta pregunta...¿Qué soy yo para ti?"
El guerrero fue ensartado por la peor de las espadas, la espada del temor contagió su pecho de veneno. A gritos desesperados llamó a su mujer. La casa estaba desierta. No quería asumirlo, pero el peso de la evidencia recayó sobre sus hombros. Salió de la casa con los ojos inundados en lágrimas de rabia e impotencia. Montó su caballo, un caballo blanco como la nieve, blanco puro como el amor que sentía por su mujer, aunque nunca se lo dijo. Puso su caballo al galope agitando las riendas sin descanso, rumbo al monte.
Aún hoy se puede ver la espada del guerrero clavada en el único árbol que queda vivo en el monte, el único árbol regado con las lágrimas del amor más puro sin palabras dignas para expresarse, un amor confinado a lo más preciado del corazón del guerrero. Y justo debajo de la espada, tallado en el torso del árbol, curtido por el tiempo, se alcanza a leer: " Tú eres mis motivos, mi vida y en tu asusencia te convertiste en mi muerte".

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