9/11/2005

Hace calor. El infierno por el que estoy viajando es cálido. Mucho. El calor sube propulsado por la presión, el azufre le da un aroma penetrante y fuerte. Me mareo del dolor. En un marco incomparable siento como si todo el mundo girase mucho más rápido que yo, pero al mismo tiempo deseo que sólo yo me haya movido, y que todo lo demás siga igual.

Dios mío. Qué me espera ahora. Tras los abismos negros veo el dolor. Lo escucho llamarme. Trato de ignorarlo. Sus comentarios me invaden, me dice que me equivoqué, y como resultado de esto romperé otro corazón. Cómo puedo ser capaz de eso.

En mi sangre late un pulso acelerado, la amargura de saberme estúpido solidifica mis latidos contra mis sienes. El pensamiento presiona mis arterias cerebrales, siento que algo me va a estallar. Estoy a punto de volverme loco. Realmente loco.

La incertidumbre me aprisiona. Clava agujas en mis puntos vítales, me crea un mareo insostenible y siento que voy a vomitar. Vomitaré sobre mí mismo de nuevo. Necesito hallar una penitencia, una respuesta. Necesito saber que no me equivoqué.

Dividido entre dos fuegos. En tierra de nadie.

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