9/15/2005

Me dice "soy virgen, acuérdate". Se entrega a mí. En mi corazón se nubla la pasión en un remolino de ganas y precaución. Como un demonio enseñándole algo a un ángel. "Soy virgen" repite, pero a continuación empieza a desnudarme y me susurra al oído que eso no va a impedir que me clave las uñas en la espalda.

"Para llevarme trocitos de ti" me dice. Me quita la camiseta, la piel roja, la sangre hirviéndome por debajo de los músculos. Las venas hinchadas y ella temblando. Poco a poco, la levanto, la pongo frente a mí y empiezo a desvestirla, poco a poco su aliento se calienta, cada vez más. A pesar de todo ella no quiere volver atrás.

Percibo que tiembla, igual que tiembla un hombre cuando sabe que debe tomar una decisión de vida o muerte. Su piel, blanquecina a la luz e imperceptible en la sombra, está tibia. Desde debajo de su ombligo le suben escalofríos de miedo e impaciencia, sobretodo impaciencia.

"Date prisa me dice, que no aguanto más, que quiero llevarme algo de ti conmigo". Algo que huela a ti me dice. Ese es mi próximo objetivo. Sin saber que se va a llevar todo mi ser, todo consigo misma. A pesar de todo, el ángel controla al demonio y me va transformando poco a poco.

Su inmaculada inocencia empieza a ser cuestionable. En sus ojos, se le enturbia la mirada. El deseo de experimentar, la curiosidad de sentirse llena por dentro le hace preguntarse cómo se sentirá su alma en ese momento. Sigo con mi ropa...Ahora le toca a ella...Ya, desnudos. No hay luna, solo noche. No hay luz, todo es oscuro.

Alcanzan nuestros ojos a iluminar nuestros rostros, nada más. Para ver, sobra el tacto. Para guiarnos, el sonido nos vale. Se tumba en la cama. Puedo imaginar que sonríe, porque me obligo a creerlo, porque me daría mucho miedo verla dudar. Completamente tumbada, la decisión, ahora, a medio abrir.

Me llama, pero no le sale la voz. Lo intenta, de nuevo, me vuelve a llamar. Sé que está impaciente, igual que yo, sin embargo temo volver a sentir el pecado entre mi sangre, ennegreciéndola al mezclarse en mis venas el azul oscuro de la sombra. Azul oscuro, a pesar de todo, aún tiene color.

Me junto a ella, sobre ella. Todavía no ocurre nada. Susurra algo casi inaudible a mis oídos. Sumidos en frenesí, en miedo, sudor, calor, nervios, impaciencia...Hago que en su decisión ya no existan dudas, abro su alma al mundo. Un espasmo, acompañado de un escalofrío súbito, como una caída vertical.

La humedad de su deseo y el calor de sus entrañas le devuelve algo de vida a mis manos. Por entre mis dedos empieza a escurrirse la fe que vuelve, de nuevo, a poblar cada uno de los poros de mi piel. El pecado no huye, decide purificarse conmigo. En una catarsis corta, la eternidad de la maldad que puebla mitad de mi espíritu se decide a acompañarme de la mano, sin tratar de zancadillearme.

Ahora sí, la protección y la seguridad son claves. De ahí al infinito no nos separa más que una fina capa de látex. Aún así, me abraza. Por la cintura y la espalda. Sus manos, casi en movimiento espasmódico recorren todos mis músculos desde el cuello hasta el descenso final de la espalda. Cada vez noto más cómo el movimiento de vaivén hace que sus manos resbalen. Sudando, ambos. Los poros de mi piel transpiran la hormona de la felicidad.

Ella, con los ojos cerrados puede ver más allá de donde ha visto cualquier hombre, con los ojos cerrados puede ver tan lejos como cualquier mujer enamorada que sintió ser correspondida. Un estremecimiento de dolor la hace recelar de mi cuidado. "Tranquilo, estoy bien, sigue por favor" me dice entre jadeos provocados por la impresión de sentir que algo se le clava en el alma.

Se acentúa el vaivén. Un poco más fuerte pero sin pasarse. Un poco más rápido pero sin ansia de finalizar. Aguanto hasta el límite. Ya casi no puedo más. Nuestra piel brilla entre sudor. Me encanta el éxtasis del sexo. Adoro su suciedad, su pureza extrema, el instinto, la incivilización de esos sentimientos. La lucha de ambos por dirigir, por dominar el uno al otro.
Me encantas. Un poco más...Y un segundo antes que yo, en un suspiro que de mis sombras hace luz, que de mi luz inocencia, y que de mis pecados hace hombres. El manantial de sus secretos estalla en un torrente de felicidad, en un segundo y medio, puro sentir, los sentimientos anegados en una explosión de confeti blancuzco y de todo su sistema nervioso. Las pupilas, diminutas, un espasmo...Y al abrazarme me dice que quiere clavarme las uñas en la espalda, que quiere llevarse algo más de mí.

Y en ese momento, con sus manos clava un surco en mi espalda, y entre escozor y asombro noto discurrir gotitas escarlata por mi columna vertebral, entre sus dedos mi sangre brilla y acaba por rosar su piel blanquecina. Entre placer y dolor me hallo. El sudor se cuela por los resquicios de los diez surcos de mi espalda. Duele, seguramente del mismo modo que a ella.

Agotada, pierde la mirada. Para mi sorpresa, duerme como una niña,soñando, sin tratar de ser mujer.

1 comentario:

fragilinvencible dijo...

estuve leyendo tus escritos... y no sabes como puedo sentir el dolor del cual tu hablas solo que en tus letras escucho las palabras del otro y en lo que dices siento que me tocan de un cierto modo a mi... es bonito sentir que apesar del dolor que siento, hay gente en otras partes que comparten lo mismo y que se sienten en las manos del destinoal igual que yo. gracias por tus palabras y espero que algún día pueda alimentarme de los recuerdos y no sentir que sangro con ellos.