Ahora tienes que descansar, respirar tranquilamente, recrearte en el sudor. ¿Cuánto tiempo llevas portando esa maleta en la que no hay ropa ni hay nada? Solo los trozos de ti mismo, porque estás repartido en ella como un rompecabezas que, a menudo, se torna imposible.
Ahí dentro está el interrogante a tu existencia. Mejor aún, está el interrogante a la existencia. Tienes que tomarte un tiempo, disfrutar de los suspiros agotados de esfuerzo que son el testimonio de tu extenuación. Mírala dormir desnuda, tan empapada como tú de agua y sal, y cómo las sábanas y el edredón se oscurecen al beber de su piel. Que también es la tuya.
Pregúntate si estará soñando mientras te fijas en sus párpados marrones y las pestañas negras, y si de verdad está tan tranquila y en paz como parece. Puedes martirizarte entonces con otro tipo de cuestiones, por ejemplo si existe motivo alguno por el que deba dejarse llevar así, confiando ciegamente, con los ojitos cerrados a este mundo pero inabarcablemente abiertos a otros. Otros en los que te da miedo entrar.
Porque lo que quieres es que se te lleve el aire en alguna ráfaga suave de primavera, que se hinchen tus alas y, luego, cuando ya estés bien alto, te vayas haciendo polvo y ceniza. Entonces a lo mejor esperas que te inhale con auténtica fruición, y te tenga dentro en su sangre y sus pulmones. Así no te importaría que sea, porque tú ya no estarías, y entonces sí podría sentirse a salvo. A salvo de ti, que así lo crees.
Claro que puedes meter los dedos en la llaga de tus miedos dudando de esta manera. Pero tú verás, desde luego es cosa tuya, y ya me dirás qué tal cuando esa maleta de la que antes te hablaba esté demasiado llena de ti, de recuerdos estigmáticos y verbos en forma condicional. Puede, si eso llega a ocurrir, que entonces desees estar de nuevo en tu cama, viéndola dormir y pensando en volver a hacer el amor.
Por eso te digo que debes descansar, que el mundo se apague en ti de vez en cuando, que te veas solo, libre de cualquier carga y peso. Es el único modo de ver con claridad. Ahora, sin embargo, deléitate con el resbalar de tu mano sobre su cintura bañada por el barniz inevitable del calor.
Vacía el contenido de tu viaje y aviéntalo lejos. Ya veremos qué pasa luego. Luego, cuando estés rendido de cansancio. Y no cargues con nada, solo sé tú, y sé en ella. En esa chica que acaba de abrir los ojos para comprobar que seguías ahí, que seguías mirándola. Velando sus sueños.
Ahí dentro está el interrogante a tu existencia. Mejor aún, está el interrogante a la existencia. Tienes que tomarte un tiempo, disfrutar de los suspiros agotados de esfuerzo que son el testimonio de tu extenuación. Mírala dormir desnuda, tan empapada como tú de agua y sal, y cómo las sábanas y el edredón se oscurecen al beber de su piel. Que también es la tuya.
Pregúntate si estará soñando mientras te fijas en sus párpados marrones y las pestañas negras, y si de verdad está tan tranquila y en paz como parece. Puedes martirizarte entonces con otro tipo de cuestiones, por ejemplo si existe motivo alguno por el que deba dejarse llevar así, confiando ciegamente, con los ojitos cerrados a este mundo pero inabarcablemente abiertos a otros. Otros en los que te da miedo entrar.
Porque lo que quieres es que se te lleve el aire en alguna ráfaga suave de primavera, que se hinchen tus alas y, luego, cuando ya estés bien alto, te vayas haciendo polvo y ceniza. Entonces a lo mejor esperas que te inhale con auténtica fruición, y te tenga dentro en su sangre y sus pulmones. Así no te importaría que sea, porque tú ya no estarías, y entonces sí podría sentirse a salvo. A salvo de ti, que así lo crees.
Claro que puedes meter los dedos en la llaga de tus miedos dudando de esta manera. Pero tú verás, desde luego es cosa tuya, y ya me dirás qué tal cuando esa maleta de la que antes te hablaba esté demasiado llena de ti, de recuerdos estigmáticos y verbos en forma condicional. Puede, si eso llega a ocurrir, que entonces desees estar de nuevo en tu cama, viéndola dormir y pensando en volver a hacer el amor.
Por eso te digo que debes descansar, que el mundo se apague en ti de vez en cuando, que te veas solo, libre de cualquier carga y peso. Es el único modo de ver con claridad. Ahora, sin embargo, deléitate con el resbalar de tu mano sobre su cintura bañada por el barniz inevitable del calor.
Vacía el contenido de tu viaje y aviéntalo lejos. Ya veremos qué pasa luego. Luego, cuando estés rendido de cansancio. Y no cargues con nada, solo sé tú, y sé en ella. En esa chica que acaba de abrir los ojos para comprobar que seguías ahí, que seguías mirándola. Velando sus sueños.
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