8/27/2009

No puedo evitar sentirme ofendido al ver esos enormes paneles. Esos pedazos de metal que se me antojan abanderados de tu prepotencia, de una vanidad que, de algún modo, sientes herida... motivos que desconozco.

Por alguna razón se me encoge el pecho al ver cada uno de esos carteles y aún más me duele cuando pienso en todos los que, imagino, habrás repartido ya por la geografía ibérica que, al a vista de los hechos, consideras de tu feudo y voluntad para manejar a batuta de tu antojo.

Lo que pienso es que no conoces la rabia tumural del gran cáncer que es el miedo. ¿Miedo? Miedo del hambre, por ejemplo, o el que yo más conozco: la angustia. ¿Cómo puede sentrse el capitán al ver que una tormenta quiebra el palo de la mayor? No eres consciente de cuántos náufragos pesan en tus manos por tu absurdo, estúpido, vil y cobarde mandato. Los hijos ven fallar irremisiblemente a sus padres; mi madre titubea y piensa "con estas pensiones no sé cómo lo haremos".

¿Tienes derecho a debilitar un pilar como ella? Crió a dos críos, enviudó joven. Por entonces tú, como tus colegas (sean de cualquier color y ubicación que prefieran), hacías carrera para ver algún día tus manos como ahora.

Sin embargo del llanto no te percatas, porque no es metálico y su sonido no es de tintineo.

Sin embargo lo que a mí más me duele es tu obcecación al no hacia lo evidente y el sí a la conveniencia. No tienes derecho a tomarnos por idiotas; no lo tienes a esperar que cerremos nuestra voz a tus ojos cuando gentes de tu entorno mueven el dinero que las familias no encuentran; no lo tienes a creer que por decir que el ladrón es de tu confianza el robo deje de ser delito y que nosotros volvamos la vista. Volver la vista... de esos también sabes.

No. Repito que no puedes actuar como un líder ya que no solo careces del carisma sino que además no has mostrado interés en lo que no respondía a tus planes y ambiciones. Sobre todo no eres un líder porque los líderes salen del pueblo.

Lloraría... Lo haría, creo que lo hago. No mojo los ojos pero me siento tan vacío, tan solo, cuando observo que por encima de la salud del planeta y el de tus iguales sitúas tus ansias de gloria. Y tú aún vas a más. Acusas a tu clónico rival de hacer lo que tú mejor sabes.

Desviar la atención es tu mejor baza pero parece que ignoras que solo hubo un único e inigualable Houdini. Eres, a mi juicio, fraudulento hasta en lo más hondo, hasta en el tuétano. Porque por alguna razón tu secuaz y tú os aplaudís los chistes como si fuesen verdades y hacéis gala de una lealtad que ya quisiese este país que sientieseis hacia él.

Pero os gustan más las novelas negras, la Pantera Rosa, sentiros parte de una novela de John Le Carré y vivr de la carroña que los otros estúpidos que tenéis enfrente os dejan. Muchos de ellos también vuelan, y tras de sí incoscientemente olvidan enormes plumas negras. Como tus caros trajes, tus carísimos coches, como tu transparencia.

Trajes y coches, negros, en cuyo almidón y pintura metalizada se hallan tus ideales, tus promesas. Eres ofensivo en todas tus poses. Tu compasión por las víctimas de una guerra civil, en la que aún no estabas ni en los huevos de tu padre, se alza un hedor que instiga al odio, a que se recuerden las heridas, a que la pus vuelva a la boca. No entraremos en detalles, pero asesinos y saqueadores se vieron repartidos entre las dos orillas del río.

De verdad, de verdad, reflexiona si es que puedes, si tienes idgnidad, por poca que sea ya que, paródico Fausto, entregaste tu alma a los nacionalistas. Nacionalistas con los que compartes una obsesión por otras épocas, por ver enemigos y trabas; la obsesión de generar otra Historia, paralela, o alternativa, con la que justificar que ciertos rastreros tengan la oportunidad de que niños de esta tierra úbera, española, se sientan extranjeros a unos cuantos kilómetros de sus casas, y que no se planteen que a pesar de todo no la han abandonado.

Es culpa tuya que a esos críos les mientan. Atento: les cuentan mentiras y tú señalas a fantasmas paseando por el jardín cuando tienes al Anticristo cenando en casa. Y luego la cosa no mejora cuando han crecido, porque te convienen jóvenes estúpidos con un título, homologado, eso por supuesto.

Pero lo peor no está en todo esto ni en que ahora debas favores a instituciones sospechosas, fariseas y repletas de costrosos sin cultura, porque te hicieron de plataforma de apoyo para tu puta campaña de mentiras. Que esos favores seamos nosotros los que los pagamos es una gran basura, pero no es lo peor.

Lo peor, repito, es que te crees lo que dices, lo peor es que has perdido la objetividad y has cambiado la autocrítica por la conspiranoia. Suponiendo, claro, que tuvieses lo que acabo de decir que has perdido.

1 comentario:

El viajero solitario dijo...

Y yo sigo pensando y pensando desde hace unos años como entrar en ese mundo para reventarlo desde dentro e intentar solucionar las cosas sin caer bajo su, por lo menos en estos momentos, fuerza.

Fuerza que se sostiene solamente por la pasividad de la gente que aunque vean que estos sinvergüenzas hacen lo que quieren para beneficiarse ellos y sus colegas, se resignan diciendo el clasico español de "¿Y qué podemos hacer nosotros?

Yo propongo buscar gente con nuestras mismas intenciones pero que no esten ferreamente sujetas a bandos. Pues no se puede llegar a ningún sitio odiando a la otra mitad.

Tener objetivos a largo plazo. No pensar en aquello que me puede dar muchos votos dentro de cuatro años sino en qué puede beneficiar a la sociedad dentro de veinte.

Es una tarea difícil y que puede llevarnos a nadar eternamente en las contaminadas (en todos los sentidos) aguas del Ebro. Pero tal vez nuestra pequeña revolución genere una pequeña brisa que poco a poco se vaya transformando en un viento de cambio.

Después tan sólo habrá que esperar a que la humanidad no vuelva a caer dentro de su afán por mandar, controlar y combatir para conseguirlo.

Esperar que los vientos de cambio por fin nos lleven a esos lejanos años en los que todo el mundo pensaba en el bien de la comunidad. Aquellos años en los que las decisiones importantes se dejaban en las manos de aquellos que más experiencia atesoraban y se habían enfrentado a más situaciones difíciles, nuestros ancianos.