8/14/2009

No me queráis tanto, montes de Biel, porque soy el humo que volverá tras sus pasos hacia el fuego que lo vio nacer, al borde de las piernas de una adolescente. No me busquéis en la memoria con ese ansia, con el poder del espliego en el silencio de las tardes ganadas de la chicharra y el sol cayendo a plomo. No me persigáis con el aire a vuestro a favor.

Porque yo seguiré mi camino, con mis sueños desfilando al alba a lomos del cantar del gallo, lastimero y cargado de la consciencia de que nunca llegará al sol, y veré marchar con tu procesión de hijos muertos toda la fuerza que me despiertas en la sangre.

No, no sigas por ahí. No me hables de tus calles viejas y pisoteadas de sabiduría más antigua que mi carne dos veces cuatro mi generación atrás. No sigas, no llores por mis pies que te acarician mientras inhalo ni por mis manos que rozan la piedra que se desgasta en tus paredes centenarias.

Prosigue, eso sí, prosigue en tu discurso de las voces jóvenes que te hacen un lugar niño, prosigue en su canción de promesas futuras en un tiempo que huele a pino y tierra pura, donde el agua es fresca y sabe a agua, en el punto mismo donde lo ancestral permanece intacto, de algún milagroso modo, y tus fuentes que manan directas de la tierra, como savia para los hombres y la propia savia, elevan su arrullo a los cielos que te visten de zafiro para que traigan algún retal de nubes que dejen su fertilidad en sus lomas polvorientas de agosto.

Házmelo llegar a lo más hondo de los oídos, a lo más hondo de ellos que es el propio alma y hazlo de la mejor manera, que es susurrando, y dime que me anhelarás en cada recodo que mis ojos doblan y meten en un sobre que, lamiéndolo de pura pasión, envío a los deseos de mi memoria.

Pero no hagas lo demás. No me pidas quédate y observa la pulcritud de mis paredes ahora que los hombres fornidos esculpidos por mí mismo y pintados de sol me miman como deseaste que hiciesen. Porque aún lo deseo.

Sabes que no pido más que el universo tenga un plan para mí donde tú serás mi plan primero, mi origen del edén, mi propia isla bien comunicada. El eje de mis metáforas, mi sueño ideal alcanzable. Por eso te suplico que no me quieras tanto con tus montes ni me desees de esta manera con tu romero y tu espliego, con todos tus aromas y velados misterios.

Te suplico que no envíes la voz de los chavales a lo largo de los kilómetros para que sacudan mis párpados en un seísmo de agua, te suplico que tengas piedad, que perdones mi ausencia, que no llores por mí, que soy humo y aún no se ha dicho nada de que pueda llorar.

Pero, de algún modo y en algún lugar, lo hago.

1 comentario:

Soñadora Empedernida dijo...

Joder. Precioso. Cómo me gustaría amar un lugar así.