6/21/2009

Mi sitio es este, donde el humo del veneno ajeno me envuelve desde sus cilíndricas anatomías. Mi sitio está aquí, desde la observancia que, paralelamente, avanza a la vida hirviente y descontrolada de todos los alienados de este bar. De todos, porque todos hemos cambiado el alma por algo más que un poco de alcohol.

Mi sitio no es otro que el de observar el frenesí de las camareras yendo de un sitio a otro para atender las peticiones de unos clientes, jóvenes y no tanto, que a cada palabra consuman un salto más en la involución. Jóvenes que las desnudan en un golpe de párpados, que las devoran hasta mancharse la carne bajo las uñas con el aceite de violentas, salvajes, fantasías. Jóvenes que se divierten. Jóvenes que son espejos.

Aquí es donde mejor me encuentro, aquí es donde, sin saber muy bien por qué, fui invitado a estar y elegí aceptar la propuesta. No me cabe duda de que poseo el aspecto aislado y aburrido típico de quien no sabe bailar, la apariencia siniestra que se acentúa con una sonrisa sincera tras la cual descansa, oscilando, una satisfacción y una calma auténticas: disfruto aquí, bebiendo tranquilamente y sin ansias, contemplando mis pasiones, dejándome llevar sintiéndome al mismo tiempo acompañado y solo.

Es un buen lugar. Es descansado, un refugio al que cualquiera puede entrar, un refugio del que, de hecho, esperas que alguien quiera entrar, que sea acogedor. Y cada cierto tiempo alguien se acerca, la gente te mira al pasar, algunos tal vez se pregunten qué coño hace alguien ahí parado sin más y, sin problemas, lo reducen todo a un sopor etílico compartido y salta la camaradería tácita del borracho.

En mi opinión es un mirador excelente como pueda serlo el de cualquier valle del Pirineo, por decir un lugar mágico. Es distinto, porque aquí no puedo imaginar ni intuir las magníficas alteraciones de la tierra, sus encorvamientos dolorosos que le llegaron como contracciones de parto desde un mar lejano que ni se huele ni se cree desde las altas cumbres; es distinto porque aquí comprendo otro tipo de giros, de retorcimientos, de acuciantes preguntas que generan más preguntas y que vienen movidas por cuerpos titubeantes hacia mí.

Esos cuerpos son amigos que se manifiestan de súbito, idénticas mariposas dejando atrás la dura y tenebrosa crisálida, y muestran las inquietudes y estremecimientos que les supone sentir su propia sangre como lava. Cuesta mucho comprenderse.

Porque todos, por distinto camino, hemos llegado al mismo destino: es difícil hablar y complicado escucharse. La música es muy ruidosa aquí, en este punto en concreto. En la barra del bar.

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