4/14/2009

Ya digo que el hombre en sí mismo no es nada. No es nada lo que yo soy, no es nada lo que escribo y apenas vale algo, nada, cualquier forma que me emocione, o que os emocione a vosotros, a partir de mi palabra que es mi identidad. Estamos perdidos, la vida se agota en aras de la existencia y el individuo, el individuo como obra mágica y milagrosa, se difumina en un vapor translúcido y tibio frente a las expectativas.

La sociedad se supedita a un gobierno que, a su vez, rinde cuentas, en circular condena, a algo teóricamente superior. El valor auténtico del hombre, hoy por hoy, se mide en una divisa que, de hecho, no es real pero construye realidades.

Hoy en día me parece escuchar a la vida quejarse, decirnos a voz en grito que no es una empresa y que no factura en tiempo, ni en oro, ni en nada que se le parezca. Se queda llana, se queda plano todo al pensar que la sociedad precisa del hombre, de cada hombre de uno en uno para hacer todos, pero no del hombre en sí mismo.

La suposición del éxito se divisa en el futuro que, teóricamente, puedes elegir... Pero ¿qué ocurre si no se hace? Existe la sensación de abandono, la imposición cultural del mundo maquinal de los hombres, robótico y programado, que descarta aquello que no reporta un beneficio. ¿Solo es válida la existencia si se acompaña de un documento certificado? Tal vez.

Pero, entonces, ¿qué nos queda? ¿Es irreal, ficticio, el conocimiento que se posee si no se dispone de respaldo oficial que lo sustente? ¿Es irreal la autenticidad de cada uno de nostros si perdemos nuestros DNI? Somos sombras, somos sombras en el luminoso mundo del progreso. A menos yo lo soy, yo lo soy en todas mis dudas, en todos mis fallos y en cada una de las pasiones angustiosas y dolientes que mis huesos comprueban.

Soy una sombra que se atraganta en los sumideros de su pensamiento, en cada pulso, cuando el bloqueo llama a los ojos. Entonces no soy nada, no sé nada más que lo que la cartilla azul del bachillerato indica. Si acaso un dulce sueño sería ver realizado el imaginar que tal aberración desaparezca.

Pero no importa, no importa ahora porque desde aquí puedo rebelarme contra ello. Puedo hacerlo en furia heroica y no en culpabilidad que me haga sentir sucio y parásito al no encontrar el camino que me haga útil, que me haga auténtico engranaje de la maquinaria hadesiana que se construyó, irónicamente, para el bien y el bien del futuro del hombre.

Eres carne, tú, y él, y el otro. Yo el que más. Somos amasijos de entrañas palpitantes con sueños e ilusiones que verán su razón de ser en las jaquecas, en los pinchazos del costado y en los sofás, doblándose sobre la libertad que quedará grasienta en nuentros pensamientos. Cuando sea ya tarde, cuando tengamos una nómina que nos dirá su valor escrito pero nada más, donde leeremos desde nuestra propia consciencia que para eso gastamos nuestros días, los días de tantos años, porque, de algún modo, era eso lo que debíamos hacer y era eso lo que debía ocurrir.

Acaso fundaremos una familia y nos quedaremos los fines de semana, mientras empujemos un carrito de supermercado, pensando en si será rencoroso el espíritu que acompaña nuestros pasos desde las enaguas del ser. Se ha perdido la desnudez, somos tímidos. Yo avergonzado Adán tras probar la fruta del fracaso, tras asirme a las ramas de este inmenso árbol y caer en el suelo de los desperdicios que, pese a todo, están irremediablemente unidos a este tronco pues de lo podrido nace el humus, y del humus todo se alimenta. El humus es el alfa y la omega.

Y después qué... ¿Soñamos con retornar al fuego tribal que enardece la sangre? Soñemos. ¿Nos atreveremos a decir, a blasfemar incluso, que somos más que un nombre, que tenemos derecho a soñar con volvernos a fundir en la naturaleza, en la tierra? Atrevámonos. ¿Tendremos valor de tirar y pisar las imágenes de nuestros dioses, cualesquiera que sean, y renegar de la subyugación que nosotros mismos dejamos admitir? Tengámoslo.

Retornemos al sol, a la libertad auténtica. Deseemos por un instante que nuestro peso no lo decida un título, una condecoración, un sueldo. Elevémonos un poco, subamos un instante, y afrontemos el hecho, maravillosamente vertiginoso, de que vinimos aquí a aprender y no a ser aprehendidos.

Luchemos. Luchemos como cuando lo hicimos milenios atrás, asombrémonos por el propio Sol y rindámosle culto, respiremos el aire por mucho que lo hayan envenenado y manifestémonos en la ilusión de lo que somos, algo más que amasijos de carnes y entraña.

Porque nuestros huesos sujetan algo más o así debería ser, sujetan el movimiento interminable y decidido de la voluntad. Hasta que muramos, y cuando muramos podremos saber qué ocurre después, pero entonces estoy seguro de que ni los títulos, ni las nóminas, ni las condecoraciones habrán de mostrar utilidad alguna. Y que el recuerdo viajará a otros lugares, solo a aquellos en los que la memoria fue feliz, en los que el pecho amenazó con divorciarse de su alcoba pálida y endurecida.

¿Quedará entonces un remanente de la ilusión? A lo mejor recuperamos unos instantes de la vida, de la auténtica vida, y observamos gris, apagada, lúgubre y amenazante igual que la capa de polución sobre las ciudades, lo que solo fue existencia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin dudarlo cuestionate tu individualidad, tu verdadero ser, tu vida, si de verdad crees que se ve afectada por lo que digan los documentos que almacena la sociedad. no trates de idealizar las alternativas.

Muy pocas veces se da algo a cambio de nada. El bienestar físico requiere trabajo por parte de cada uno para sustentarlo. Es una base ineludible, en cualquier contexto. teniendo eso en cuenta, vive

Rubbens dijo...

Yo diría que nunca se da algo a cambio de nada, y me atrevo a preguntar qué es eso de "vive".

Vivir no es algo que te planteas, es algo que, sin más sucede. Sucede casi siempre. Lo que me inquieta es saber por qué caminos pasean las condiciones para poder hacerlo. Qué es el hombre para el hombre, ahora mismo, y qué diferencia a unos de otros en el mundo actual. Y por qué ha de ser así.

El bienestar físico no me preocupa, lo trabajo con bastante continuidad, tanto como puedo. El que me preocupa es el no físico.

Respecto a la validez de una persona según los avales que posea... No sé, solo quería plantear mi propia reflexión, esto es, por ejemplo: alguien que posea un amplio conocimiento de medicina pero que no tenga el título de haber estudiado diez años, pese a poder estar al mismo nivel que un médico que tenga el título, jamás será reconocido como tal. ¿Por qué?

Y la individualidad es fundamental, porque si no tratas de que todo marche en consonancia dentro de ti mismo, ¿cómo podría ser extendido a los demás desde tu persona?

Un saludo, y gracias por leer. ^^