9/27/2007

Aún resonaban en su memoria a corto plazo las palabras ofensivas y la amenaza que lanzó contra él; su memoria a largo plazo tampoco dejaría que se esfumasen esas sílabas, ese odio, esa furia. "Odio, ¿eh?" Pensó... No estaba muy seguro de qué debía sentir pero sabía bien que la vergüenza no sería su compañera durante mucho tiempo.

Justicia o venganza... Cuál era la línea que las separaba, cuál el matiz clave para saber discernirlas sin duda ni vacilación. Tal vez no existiera ese punto y todo dependiese de la persona, del ser, de la valentía o la mezquindad de cada uno.

Creyó que la decisión había acabado de tomarla en ese momento pero en realidad solo había sido perfilado su último retoque; el cincel maestro de su mente acababa de terminar lo que había empezado nada más hubo sido amenazado. No es que estuviera resentido con el mundo ni nada en particular... Solo quería comprobar si las personas que dicen ciertas palabras podrían respaldar lo dicho con actos.

Salió de su casa. Era de noche y refrescaba. No tenía la necesidad de esconderse. Sabía que los que no tienen nada que esconder no temen mostrarse tal y como son. Y eso era lo que estaba dispuesto a hacer. Caminó paso a paso, disfrutando hasta en el paladar cada uno de los segundos que lo acercaban a su destino.

Tenía muy claro dónde vivía el sujeto que tanto había lanzado por su boca. "Raro de mierda, un día de estos te meteré todos esos dibujitos de japoneses por el culo." No tenía nada que ocultar así que llevó un par de tomos, los más gordos que encontró para ver si el valiente lo era de verdad.

Llegó adonde debía. Una verja cortaba el paso y tras ella un muro de cipreses cortados para formar un seto repetían el contorno de la parcela. Se encaramó a la verja, saltó sobre los setos y cayó al suelo. Cayó bien, pero las plantas de sus pies le escocieron sobremanera. No obstante se contuvo.

Ya que estaba no quería ser tan zafio de llamar a la puerta así que prefirió asomarse a la ventana. A la del salón, pues fue en la que vio luz. Le daba igual que estuvieran los padres del otro chico, solo iba a experimentar. No se acercó ningún adulto. La voz blasfema sonó desde dentro de la casa. Asómate a la ventana, gritó el de fuera, y lo miró a los ojos.

- Traigo dos tomos repletos de dibujos japoneses, me preguntaba si tendrías huevos de alojarlos en mi recto tal y como has dicho delante de tus amigotes esta tarde.

La perplejidad se convirtió en humana cuando el de dentro escuchó semejante frase.

- ¿Están tus padres? Porque si lo están es mejor que salgas fuera a ver qué tal se te da el asunto, tampoco quiero mancillar el hogar que han construido.

- No están, y no me jodas. Vete a tu casa a dormir, jodido monstruito.

Sus padres no estaban. Y sabía que era hijo único... Sin saber de qué manera un chispazo brutal sacudió sus entrañas y avivó su instinto. Algo más fuerte que su propia existencia lo impulsó a entrar, a no marcharse, a cumplir una misión.

- Así que estás solo... Comprendo. Eso cambia mucho las cosas, ¿no crees? Sal de una vez o entro. Y te juro que de aquí no me voy sin comprobar que eres tan valiente como crees.

El otro cerró la ventana y en sus ojos resplandeció mínimamente el terror. Aún así, segundos después, se abrió la puerta.

- Qué quieres.

- No lo sé muy bien... Y hasta hace un momento tampoco pero resulta que ahora no puedo evitar deseos de destrozarte. Un calor progresivo está entumeciendo en ardor mis músculos y el frenesí revividor del salvajismo me está impulsando poco a poco.

Paso a paso. Las palabras fluían pacíficamente de su mente a su boca y de su boca al aire. No había que forzar nada, no había que teatralizar. Paso a paso y se plantó a menos de un metro del amenazador vespertino.

- Toma. Cógelos. Cumple lo que has dicho. Sé un hombre.

Las manos le temblaron al intentar coger los tomos de esas manos firmes que se los ofrecían. No fue suficiente poner todo el empeño del que disponía y acabaron por caer. Curioso acto el que acababa de tener lugar.

- No puedo frenarme. Siento que esto tenga que ocurrir de esta manera pero tal vez sea la única. En esta noche tan deliciosa un ser que no conocía en mi interior me ha susurrado su nombre desde mis pulsaciones. Ahora mi sangre es más roja, más caliente. Mis sentimientos más viscerales, más puros, más auténticos. Si no estuvieras temblando tan trágicamente puede que esto tuviese un final distinto, pero creo que no va a ser así.

Lentamente se desprendió de su sudadera y se quitó la camiseta. Su torso se antojó de plata cuando la luna lo rozó con sus dedos intangibles. Avanzó un poco más y sin dudarlo asestó un puñetazo brutal sobre la mandíbula del que estaba frente a él. "¡Lucha! Lucha, maldito, pues somos uno a uno y te estoy dando la oportunidad. Vencer o perder. ¿Ganar o morir?"

Otro puñetazo. Frente a él no había más que una masa de carne y huesos tambaleantes sin identidad propia. Trató de detenerse, de hallar una vía para el perdón. Ya había demostrado que el otro era un cobarde. Sin embargo sentía un placer extático al golpear, al comprender que en sus huesos y su carne dolorida encontraba una expiación a los pecados que cometió contra sí mismo.

Un golpe más, y otro, y otro... El sonido seco del impacto de la carne contra la carne. "Amaos los unos a los otros como yo os he amado..." No comprendió el porqué de la asistencia de esas palabras a su mente. ¿Acaso era él quien blasfemaba ahora? Curiosa ironía, macabro sarcasmo.

La sangre salpicaba aquí y allá. El suelo de mármol negro empezó a cubrirse de tibieza. Y él sudaba. A cada golpe que asestaba un centímetro se ampliaba su sonrisa. Su torso ensangrentado de esencia vital ajena le confería un aspecto espectral. El de un demonio enloquecido, el de un humano consciente de su capacidad.

Los dientes que sus mandíbulas apretaban eran el envidiado deseo de la boca del golpeado. Un rostro hinchado, amoratado y rojo. Resbaladizo y caliente. Un rostro magullado de huesos machacados contra el suelo. Golpe a golpe, hueso a hueso. Cogió la cabeza con sus manos, la elevó con delicadeza, con poética suavidad, y la empotró con delirante rabia y oscuro romanticismo contra el suelo ansioso de paz y calma.

De forma instintiva supo cuándo parar. Se dio cuenta de que estaba a horcajadas sobre el cuerpo de su rival. No sabía cuánto llevaba así ni cuánto el otro inerte. Lejos de sentirse cruel o inhumano, monstruoso tal vez, se sintió renacer.

Un nuevo ser en sí mismo, una nueva existencia. Un odio fulgurante era irradiado por sus ojos destacando una voracidad aciaga. La noche seguía siendo exquisita. Su cuerpo, aunque no ya de plata, era de un escarlata con destellos nacarados. Amada Luna, en tu sonrisa por lo presenciado hallo mi satisfacción por lo hecho.

Los dos tomos estaban en el suelo. Se agachó y los recogió. De uno de ellos arrancó una página y la depositó en el pecho de su víctima. Cogió los brazos carentes de voluntad vital y los colocó sobre ésta. Se veía dibujado un ser sonriente y salvaje. Un ser sin miedo a la vida.

Se miró a sí mismo y se dio cuenta de una cosa... Aún quedaban otros tres por conocerlo.

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