7/01/2006

Cuando el tiempo se detenga en un suspiro le pediré al olvido que reavive el fuego de este tocón apagado. Las arterias sólidas de la ciudad claman piedad al cielo, y mi corazón implora tregua al pulso, mis palabras atención de mi sentimiento.

La soledad se concibe al margen, en compases melancólicos que alivian el presente. Hace tanto calor que las cenizas de mi ser podrían llegar a resurgir convirtiéndome en un fénix. Sin embargo la humedad de tu existencia puebla mi imaginación colonizando mi raciocinio.

No hay más. El tiempo no se detendrá en un suspiro; no hay forma de pedirle al olvido que reavive el fuego; la ciudad se colapsa y su tos negra y llanto lastimero alimentarán las noches trágicas de esta era.

Solo nos salvarán los sueños, la lucha se decidirá en la idiosincrasia de cada hombre, de cada mujer, de cada ser. Cada elemento es partidario de su propia miseria, cada cual que elige, elige su propia condena. La voluntad decidirá la libertad del espíritu, ya sea en este mundo, ya sea cuando la carne roce tierra y se haga humus.

Pero ahora solo deseo una cosa. Deseo que te acerques a mí, que vuelvas como si nunca hubieras desaparecido, para desnudarte lentamente como el amanecer a la luna. Y a tu cuerpo desnudo lo vestiré con palabras de euforia.

Saldré de aquí. Buscaré un hogar en tus adentros.

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