9/23/2009

Tú vuelve a tocar eso que has hecho. No era exactamente así. Sonaba como más a te gusta conducir, ya sabes a lo que me refiero. Más a us, uuus, uuus, a ulular bamboleante. Era agua, pero claro, no puedo decir que fuera agua porque ahora me he acordado del mar, y me imagino que también, y las rocas del acantilado o la propia playa no pueden pensar que tu violín sonase como eso. De hecho no sonaba así. Piensa en un lago. Ahora en una barca. En la barca sobre el lago. Vuelve a tocarlo... Era muy elástico, era de goma. Perfectamente maleable.

Mientras tanto tú intenta encajar solapándote a él poco a poco. Desde el fondo. Digamos que él está bajo la luz de una farola que funciona de mala manera, y hay un callejón oscurísimo entre tú y él. Intuyes la melodía. Piensas que es agua, que es melancólico, que es la precipitación inconsciente de las pasiones del ser humano a la simplicidad de su existencia comparada con el universo. Pero al mismo tiempo percibes un tono de optimismo. Optimismo por ser parte de ese universo tan enorme. Por ser miembro de algo vivo. Céntrate en ese optimismo porque es ahí donde cobrarás toda tu fuerza, sobrepasarás la melodía acuática y bamboleante para guiar al solitario violinista con tu tormenta de fuego.

Vale, eso queda claro. Ahora tú, a ver... Sí, tú eres el apoyo fundamental. No eres un tipo que viene caminando desde un callejón oscuro viendo en la lejanía a un violinista, o intuyéndolo, tocando algo que te invita a pensar en un río lento a la vista pero enormemente poderoso. Piénsalo así. Tú serás el fuego de la tormenta del hombre del callejón y el lago, y el río, y el mar y el agua y el asfalto del coche que te gusta conducir y el jodido motor. Tú serás la clave severa y amable que guiará con su cordura los pasos de estos dos si se desconcentran. Si por ejemplo el fuego deja paso a la ceniza, si el agua se evapora, si los neumáticos pinchan, si la carretera desaparece tras los ojos ganados por el cansancio...

Tú serás la memoria de su esencia. No puedes decir no, ni se te ocurra rechazarlo. Tienes una responsabilidad. Eres su maldita memoria, su portentosa memoria de hecho. Eres el flautista y ellos serán tus niños, pero si los pierdes, si dejas que se pierden, serán ratas que olvidarán qué es el universo, la luna llena y los lagos surcados por barcas recortándose en una noche de primavera. Olvidarán el murmullo arrullador, el ulular melancólico pero optimista; dejarán de guiar al fuego para ser devorado por él. Es lo que toca, muchacho.

En cuanto a mí... Bueno, ya sabéis, haré lo que pueda. Trataré de ser la farola más intensa que haya poblado un oscuro callejón jamás, el agua más nítida y pura, la barca de madera más lustrosa y pulida, no podré ser la mejor luna pero sí ser el alimento perfecto para cualquier fuego. Intentaré ser el soplo de tus pulmones, joven flautista a pesar de que tu instrumento sea una guitarra.

Trataré de ser los golpes continuos que llamen a despertar nuestras almas de niños.

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