10/07/2005

Con el anímo de rebajas me vendo los motivos que me invento, para al menos no levantarme tan solo por inercia. Una vez de pie comienzo el ritual rutinario, una catarsis necesaria pero impuesta. Con la voz tan ronca que solo a veces asoma desde mi garganta hasta más allá de mis labios.

Abro la ventana, dejo que mi maldad huya por la ventana con mi miedo, para que se funda con este amanecer azul oscuro y lo confunda con mi pecado. Me pierdo en una desesperación extenuante por volver a suspirar con calma, sin agobio. Por volver a suspirar tranquilamente, sin un por qué o un por qué no.

Últimamente son suspiros resignados, tibios a medio fuego y sin calor. Porque si te abrazas a una fantasía que te has obligado a creer, tarde o temprano el conocimiento de ti mismo te advierte de que te estás dejando atrapar por un engaño vil y cobarde y, lo que es peor, propio.

En la noche veo sombras que me siguen, no buscan que las acompañe, sino que las siga. Que dependa de ellas, para subyugarme, para obligarme a algo que una mitad de mí me convence a llevar a cabo. No puedo confiar en mí como una unidad. Soy dos, una sombra, y luz. Sin embargo, a veces, se funden en un algo gris, inusual pero hermoso por lo que representa.

Sin embargo sí hay algo en lo que mis dos yo convergen. Ambos me animan, igual que aquellos que dejan un rastro en mi vida, por fugaz que sea. Provocando lo que sería un suspiro calmado, colmado de todo y rebosante de nada. Un suspiro en el que no se parase el tiempo, pero sí yo.

A descansar, después de todo. Que ya me advirtió mi pequeña, pero deslumbrante, luz en mi sombra. Porque tu cabeza ha trabajado demasiado, y más románticamente tu corazón también ha sufrido. Date un descanso... Sí, ánimo me dicen. Ánimo me insuflan. Me invito a descansar.

Mis párpados pesan tanto, como si fueran de arena. Me pregunto, ¿cuánto hace que no sueño? Es curioso, a ciencia cierta no lo sé. Quizás tres o cuatro días. Desde hace tres o cuatro días que mi cuerpo se siente más cansado de lo normal porque no aguanta el mal temperamento de mi espíritu.

No se siente complacido conmigo me dice. Me da igual, le replico. Y entonces Caín, mi sombra, y mi medio Yo, mi luz, me dan la razón porque a ninguno de los dos les importa la impertinencia de ese pequeño ente que nunca da la cara, ni siquiera cuando me miro al espejo y no veo nada.

Pero también se porta bien. De vez en cuando. Tan empeñado en complacer, tan empeñado en satisfacer, en cumplir, en dar... Que dejé de serme fiel hace tiempo. Y de repente, consciente de nuevo me veo con un crimen a la espalda, con la sangre ribeteada de motitas negras de pecado y un par de pechos quebrados, y uno de ellos con un corazón roto.

Mi medio Yo se siente culpable, Caín asumió que el daño es parte de la vida. Mientras tanto, quien ahora escribe espera volver a suspirar en calma algún día, reposando su cansancio en una sonrisa cómplice en el rostro de una persona amiga. Y me convenzo de que no tiene valor inventarse una fantasía si de verdad no se desea creer. Es tan necesario el amor...

No hay comentarios: